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LATINITAS

Una celebración de 40 soñadoras audaces

Por Juliet Menéndez

Como niña dominicana de segunda generación que creció en Harlem, me empapé de mi cultura en casa. Desde el mangú hasta el merengue, mi familia se aseguró de que nunca olvidara mis raíces. Pero cuando me aventuré a salir, todo era estadounidense, incluidas mis heroínas. Conocí a Sojourner Truth, Rosa Parks, Marian Anderson, Madam C. J. Walker y muchas otras mujeres negras que fueron pioneras.

Latinitas, de Juliet Menéndez, intenta llenar esas lagunas al encontrar, celebrar y educar a los lectores sobre mujeres como la boliviana Juana Azurduy de Padilla, que se convirtió en la voz de los oprimidos trabajadores de las minas de plata en una guerra por la independencia del dominio español, y la dominicana Solange Pierre, que demandó a su gobierno para conseguir derechos humanos básicos para los domínico-haitianos.

En viñetas fácilmente digeribles, Menéndez —una ilustradora guatemalteco-estadounidense que trabajó como profesora bilingüe de arte en East Harlem— da vida a 40 latinas de toda Latinoamérica y Estados Unidos, desde la década de 1650 hasta el presente.

Lo que atraerá a los más pequeños es que Menéndez representa a estas mujeres como niñas (por eso el diminutivo: latinitas), tanto visual como anecdóticamente. Los lectores pueden imaginar a la astrofísica puertorriqueña Wanda Díaz-Merced en pijama, navegando por las estrellas con su hermana en una nave espacial imaginaria, “agarrada con fuerza a los postes de la cama”; a la novelista chilena Isabel Allende persiguiendo a los fantasmas que su abuela convocaba en las sesiones de espiritismo; a la artista brasileña Maria Auxiliadora da Silva dibujando en una pared con carbón de la estufa de la cocina, mientras la comida que debía vigilar para su madre “se carbonizaba”; a la arquitecta argentina Susana Torre y su prima construyendo casas para pájaros con ramitas y barro.

Lo que mantendrá a estos lectores enganchados es la forma en que sus futuras heroínas se convierten en sus futuros seres en la página. La poeta uruguaya Juana de Ibarbourou, que de niña colecciona orugas y mariquitas en frascos, escribe su primer soneto a los 14 años y a los 17 tiene suficientes poemas para publicar un libro.

La ingeniera topográfica salvadoreña Antonia Navarro desafía a los profesores de sus hermanos, que le dicen: “las niñas no son lo suficientemente inteligentes para hacer matemáticas”, para convertirse en la primera mujer de toda Centroamérica en graduarse en la universidad.

La bailarina cubana Alicia Alonso, que de pequeña duerme con las zapatillas de ballet bajo la almohada, se escapa a los 15 años a Nueva York y, mientras lucha contra los problemas de visión a los 20 años, se convierte en una sensación de la noche a la mañana como sustituta de última hora en el papel de Giselle.

En un refrescante contraste con el frecuente blanqueamiento de las pioneras e innovadoras latinas, Menéndez baña estas figuras con una gama de tonos terracota teñidos de sol. Lo más sorprendente para mí es su ilustración de la cantante tejana Selena Quintanilla, en el libro aparece más como la Selena que los fans recuerdan. Las niñas que no se reconocen en la corriente principal de la cultura popular apreciarán la multitud de matices con los que Menéndez retrata a las latinas.

Al final del libro hay una especie de ronda rápida en la que Menéndez enumera brevemente las contribuciones de un puñado de latinas más, como Sylvia Méndez, la primera niña latina que eliminó la segregación en una escuela estadounidense totalmente blanca, y Ellen Ochoa, la primera astronauta latina que fue al espacio. 

Artículo tomado de https://www.nytimes.com/